La luna me seguía con unos ojos enormes, que hasta sentía como penetraban en mí. Sentía como leía todos mis pensamientos y recuerdos. Como iba hasta lo más hondo que hay en mi.
Obviamente no eran ojos, y menos aún podían ver nada, pero la luna seguía mirándome, ahora ella y yo guardábamos un secreto en común.
Cada noche ella salía, y yo me escondía, y viceversa. Ella era la dama de la noche, y yo el señor del día.
Pero nada de eso servía, la gente no la apreciaba, o solo en poesía. A mi todo el mundo quiere verme, mientras ella casi no alumbraba su día, o su noche.
Si te fijas, aún hoy puedes ver sus ojos, los mismos con los que una vez me miró a mi, y será ese día, donde la luna de verdad sea importante, y donde las estrellas brillen tan poco como una piedra en el desierto.
Aquellos ojos me hipnotizaron, y desde aquel día no puedo dormir. Ella sale, y yo, escondido entre sus sombras, observo aquellos ojos, que una vez me enamoraron.
- Sol
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