
Rozando lo desesperado te dije adiós.
Arañando los resquicios de carbón y ceniza
que aún flotaban a mi alrededor.
El olor del humo me quemaba la garganta,
a la vez que el arrepentimiento me la incendiaba.
Ese adiós no debió haber existido,
pues no apagaste las llamas, ni me miraste.
Y luego el incendio hizo lo inevitable.
No hay comentarios:
Publicar un comentario